La esperanza no agoniza:
las (¿nuevas?) sombras que arrastran al olvido.
Reflexiones en torno a los relatos negacionistas del terrorismo de estado y el proceso genocida de la última dictadura cívico-militar en la Argentina dentro del metal argentino.

En el año 2002, con las hogueras aún encendidas luego de la insurrección popular acontecida en las jornadas de diciembre del año anterior, se consolidaban en la Argentina los Derechos Humanos como política de Estado al establecerse en el calendario oficial la fecha del 24 de marzo, como Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, auténtico triunfo de las Organizaciones de Derechos Humanos en el derrotero de la lucha contra la impunidad, más allá de los gobiernos de turno. Dicha fecha, además de conmemorar a las víctimas del proceso genocida, permitió la construcción de espacios de debate público, cuyo fin es reflexionar sobre los hechos históricos en cuestión, como un auténtico ejercicio de la memoria, tendiente a desarticular toda plataforma discursiva que aliente relatos negacionistas, último bastión en el largo camino por alcanzar el efectivo estado de justicia. En cuanto ocupa a este medio, nos referiremos al heavy metal argentino, es decir, un espacio de reproducciones sociales que, desde su debut en el amplio espectro del rock argentino, ha sabido construir una identidad colectiva caracterizada por representar las luchas y demandas de los sectores populares, o sea, las principales víctimas del genocidio.
Ahora bien, excede a nuestro texto referirnos a la mencionada identidad colectiva, que no es otra cosa que las conocidas “banderas históricas del metal argentino”, sólo verificables en el memorial colectivo. Sin embargo, no tenemos dudas que, entre dichas representaciones, el repudio al terrorismo de estado y, consecuentemente, el proceso genocida ejecutado, tiene un lugar central en el discurso hegemónico del metal argentino. Podemos extender el concepto a todos los mecanismos aggiornados que los diferentes aparatos represivos en tiempos de democracia realizaron para legitimar sus acciones ilegales y así preservar una misera cuota de poder, en particular, el gatillo fácil, forma solapada que perfeccionaron los grupos de tarea de antaño para licuarse en la sociedad.
El heavy metal argentino, desde su salto a la escena pública con la recordada presentación de V8 en el BA ROCK 82, hasta nuestros días, exhibe múltiples manifestaciones en el sentido señalado, principalmente, en las letras de un sinfín de bandas, sin perjuicio del subgénero que trate, pero también en actos ceñidos del típico ritualismo metalero, por ejemplo, los Festivales Nunca Más, que se organizan en la Plaza del Congreso de manera independiente y autogestionada, desde hace 15 años. Aquella tradición militante inaugurada por V8, haciéndonos propias las ponderaciones de Luís Ortellado (2019), al decir: “…en su compromiso absoluto con el género, hacía ruido en una escena (rock argentino) que, por un lado, buscaba desesperadamente aggiornarse con la última tendencia, y por el otro sacarse de encima la carga política que el rock había asumido durante la dictadura (…) actitud desafiante y temeraria (que representaba) todo lo que se buscaba ignorar del pasado, la manera en que asumía su discurso, tenía mucha resonancia con la ética de los movimientos subversivos y de la lucha clandestina durante la década anterior” (p. 212).
Es decir, el inicio de toda una cultura que surgió a partir de no tener miedo a plantarse contra el relato genocida, característica esencial que en gran parte determinó los márgenes de las mencionadas banderas históricas, aunque, en la actualidad, varios de sus protagonistas directos repudien su propio pasado, aspecto que conlleva lamentables estrategias discursivas para vender el mismo pescado podrido que la dictadura repudiada en otrora. En ese amplio espectro, también hoy podemos incluir a la Escritura Metalera, nuevo espacio que nació al calor de la Feria del Libro Heavy Metal, y en la actualidad, se afianza en la idea de seguir pensando el metal argentino también desde el ejercicio de la memoria, o como sostiene desde hace mucho tiempo Emiliano Scaricaciottoli (2021), en la práctica de la escritura, en sus palabras, “…no hacemos papers, escribimos.” (p. 23), aspecto que también conlleva la invitación al ejercicio de la memoria que hoy queremos reivindicar.
Empero, no todo es lineal y tan armónico, como se supone. Menos aún se puede descolgar lo que ocurre en el metal argentino de lo acontecido en la sociedad en general, por supuesto, todo ello influenciado por los procesos históricos de cada época, realidad que sólo nos puede acercar a alguna cuota de verdad. En forma muy resumida, debemos reconocer que desde hace algunos años existen ciertos sectores dentro del metal argentino, vinculados a determinados artistas y medios de divulgación presuntamente “especializados”, que se manifiestan acólitos a las nuevas estrategias que vienen desplegando los viejos relatos negacionistas del terrorismo de estado y el proceso genocida. Dicho diagnóstico, a decir verdad, sólo se observa si tenemos en cuenta el mundo imaginario creado desde las redes sociales, sobre todo, en la impunidad del anonimato, cuyo correlato más evidente lo encontramos en la plena coincidencia con los programejos de ciertos grupitos políticos marginales y conspiranoicos, todos ellos cohesionados en los mismos discursos de siempre de la extrema derecha, o, mejor dicho, filo fascistas/nazis, que en otras épocas, además de estereotipar al metalero argentino como “negro cabeza”, fácilmente reconocíamos en el espectro del lumpenaje skinhead urbano.
Ahora bien, parece ser que estos “conversos metaleros”, por las oportunidades que facilitan los agentes internos de divulgación, encontraron en el metal argentino un espacio que les permite llevar adelante relatos negacionistas de forma cómoda y ágil. Dicho de otro modo, muchas de las expresiones públicas de estos sujetos sólo tienen impacto en el discurso sobreactuado y mediático que posibilita internet, no así en las obras en concreto, toda vez que no pasan de las burdas puestas en escena, aunque muchas veces tengan llegada en los medios de comunicación hegemónicos, no así, en el contenido conceptual de discos y letras de canciones, únicos elementos perdurables a través de los tiempos donde trasciende el verdadero artista.
Entonces, en un día destinado a la reflexión y el ejercicio de la memoria, nos preguntamos: ¿Qué nos ocurrió en el metal argentino, surgido por antonomasia del repudio al terrorismo de estado y el proceso genocida, para que, en la actualidad, se ponga en dudas todo ello, tal cual lo hace el relato negacionista, y de manera incoherente con nuestras banderas históricas? ¿Por qué se naturalizan a estos grupos negacionistas y se les permite transita dentro de las filas del metal argentino, sin un rechazo enérgico y enfático? ¿Será que, a pesar de desgarrarse las vestiduras en frases emotivas como “patria, bandera y sentir nacional”, evidentemente vaciadas de contenido malintencionado, en verdad, estos sectores esconden la aceptación consciente de la ingeniería discursiva, surgida de la Doctrina de la Seguridad Nacional, fuente ideológica del genocidio? ¿Existe un programa a nivel internacional destinado a manipular las identidades de los pueblos de América del Sur, cuyo último fin es anular la lucha política contra el colonialismo, es decir, el principal motivo de la magra realidad que describe y repudia el metal argentino en sus 40 años de existencia? ¿Necesita esta pedagogía colonialista, principalmente nucleada en agencias del mundo anglosajón (Estados Unidos y Gran Bretaña), apropiadoras del “discurso oficial y el relato cientificista autorizado”, valerse de los diferentes artefactos culturales, entre ello, la música heavy metal, para llevar adelante sus objetivos imperialistas de saqueo, así como lo hizo el terrorismo de estado con los secuestros, torturas y desaparición de personas, y ahora, asume fisonomía de conquista cultural? ¿Qué rol cumplen los “abre puertas locales” en el marco del referido colonialismo cultural, o sea, artistas, medios especializados, agrupaciones, y, en la actualidad, el lanzamientos de presuntos/as “investigadores/as embanderados en el academicismo”, que en lo finito del asunto se evidencia la injerencia de capitales financieros internacionales, destinados a la penetración cultural con ansias coloniales, tal como se indicó anteriormente, muy predispuesto al discurso de la modernidad, pero siempre mudos o tibios frente al embate de la citada pedagogía colonial que nos afecta a los pueblos de América del Sur? Por último, ¿Es una virtud decir cualquier barbaridad, con la responsabilidad que tienen los artistas y los medios de divulgación especializados en la tarea de generar opinión, en el sólo afán de encontrar justificación en la filantrópica idea de “dice lo que piensa y no se calla? Peor aún, queriéndose amparar en el derecho a la libertad de expresión, cuando en el trasfondo del relato se advierten evidentes discursos de odio, ello incluye no sólo sobre el terrorismo de estado, sino también, misoginia deliberada o demagogias punitivas de grosero contenido clasista.
Por el momento, dejamos interrogantes, invitamos a ejercitar la memoria y, sobre todo, a refrendar aquellas banderas históricas que repudian el proceso genocida, cuestión a la cual jamás debe renunciar el metal argentino, sin ningún margen de excepción, y menos aún, naturalizando falsos debates que propone el hábil relato negacionista.
Daniel Feierstein, cuando analiza los procesos genocidas, habla de cinco etapas, de las cuales, en lo que importa a este texto, se destacan dos: la primera, destinada a la construcción del otro negativo, es decir, el programa político que buscaba demonizar las luchas populares en el siglo XX, en el caso concreto, el relato de los genocidas para convencer que era inevitable secuestrar, torturar, desaparecer personas, robar bebés y bienes personales de los detenidos, entre un largo etcétera de atrocidades; y la última, el extermino físico, faceta final que respondía al disciplinamiento de toda la sociedad en su conjunto, sean “feroces subversivos enfierrados”, trabajadores o estudiantes organizados, sindicalistas de base, heterosexuales, homosexuales, amas de casa, cristianos, judíos, peronistas, comunistas, socialistas, radicales o liberales, todos eran sospechosos o, mejor dicho, estaban bajo vigilancia, si tenían la impertinencia de poner en discusión el relato del terrorismo de estado. Sin embargo, agrega una sexta etapa, quizás la más importante, en sus propias palabras: “Las prácticas genocidas no culminan con su realización material (es decir, el aniquilamiento de una serie de fracciones sociales vistas como amenazantes y construidas como ‘otredad negativa’), sino que se realizan en el ámbito simbólico e ideológico” (Feierstein, 2000, p. 113). Es decir, el genocidio no está completo si luego de los sucesos materiales no se consolida el relato a través del cual se ejecutó, que no es otra cosa que la legitimación de los hechos y la manipulación de la memoria colectiva de los pueblos.
En consecuencia, nos permitamos concluir que el metal argentino no debe constituirse como una herramienta de la pedagogía negacionista, es decir, siguiendo la mencionada conceptualización de Daniel Feierstein, en un espacio que realice de manera simbólica el proceso genocida ocurrido en la argentina. Las operaciones intelectuales que desplieguen a tales fines los perpetradores del genocidio no son ajenas al área de influencia del metal argentino, más si tenemos en cuenta las ambiciones egoístas de los predispuestos a su propagación. Los Derechos Humanos, con el retorno a la democracia, son parte del memorial colectivo sobre el cual debe construirse la identidad nacional. No parecen coherentes aquellos relatos que niegan los Derechos Humanos, sobre todo los que apuntan a la demagogia punitiva, en particular, si se dicen abrazar la Causa del Nunca Más. Es un error imperdonable luego de la experiencia histórica vivida en nuestro país caer en el relato negacionista que caracteriza de forma negativa a los Derechos Humanos. Es decir, no hay otra forma de concebir a los Derechos Humanos que no sea como una conquista de las luchas populares.
Hermética nos enseñó a todos los metaleros argentinos que “La muerte es ocultar la verdad/ el vacío es dejarse mentir (…) Olvídalo y Volverá por Más”, expresión que debe significarse ineludiblemente en el repudio al sistema neoliberal instaurado durante el menemato, o sea, un régimen heredero del programa económico de Martínez de Hoz y sus secuaces, para facilitar el proceso genocida desarrollado durante la última dictadura cívico-militar, cuyo último objetivo aspiraba al histórico fetiche de la oligarquía local: lograr la desmovilización popular, en el caso concreto, a través del exterminio físico. El ejemplo de Hermética no es antojadizo ni arbitrario, sino que tiene asidero en la representatividad de su obra como síntesis de la identidad colectiva del metal argentino, en la mirada de Salvador Gómez (2020), quien “Tomó trinchera en el heavy metal argentino y batalló desde una perspectiva de clase trabajadora contra un ‘enemigo’ cultural muy poderoso: el sentido común impuesto por el opresor” (p. 179).
Hoy ese opresor sigue siendo el mismo que se escondió detrás del genocidio en favor de sus objetivos personales, y sólo en momentos de temporales derrotas, decidió un retiro estratégico para luego volver por más y en la ocasión indicada. El falso sentido común de los genocidas es el que quiere volver mediante relatos negacionistas, desde ya, en su incesante lucha por legitimar el proceso genocida. Las nuevas estrategias que evidencia el programa de acción de estos agentes del discurso del odio sólo son un burdo intento por imponer falsos debates, sólo posibles en las bondades de la libertad de expresión liberal, derecho que, a decir verdad, detestan cuando no le es funcional. Será el desafío que tenemos los metaleros que deseamos seguir sosteniendo estas banderas históricas darle batalla al negacionismo dentro del metal argentino, sobre todo, si pensamos dejar algo digno a las nuevas generaciones que nos sucederán, caiga quien caiga, cueste lo que cueste, sin temor a la discusión, y aunque haya que seguir descolgando cuadros de “creadores y profetas del discurso oficial”. En todo caso, entre los futuros desafíos también está la resignificación de las banderas históricas, resistiendo al embate de los negacionistas, tal como lo hicieran decididamente las generaciones de heavys que pateamos las décadas del 80’ y 90’. Para concluir, como dice Super Ratón, en esa célebre canción titulada “Golpe de Estado”, prohibida en los albores de la incipiente democracia por la “irreverencia” de repudiar a todo un sistema cómplice del genocidio desatado: “Gritemos Juntos para Recordar/ Que no nos pasé, Nunca Más”.
Escritura Metalera a cargo de:
Ariel Panzini: autor de los libros: “Heavy Metal Argentino. La clase del pueblo que no se rindió” y “Guerra, Justicia y Heavy Metal. Apuntes sobre la historia social del heavy metal”, entre varios artículos para el espacio Cultura Metálica (Feria del Libro Heavy Metal).
Bibliografía.
Feierstein, D. (2000). Seis estudios sobre genocidio. Análisis de las relaciones sociales: otredad, exclusión y exterminio. Eudeba, Buenos Aires.
Gómez, S. (2020). Oxidarse o resistir. Reflexiones desde la íntima conciencia. Tinta Libre, Córdoba.
Ortellado, L. (2019). La política de los perdedores. Una lectura sobre la utopía heavy en los 80. Clara Beter Ediciones, Buenos Aires.
Scaricaciottoli, E. (Comp). (2021). Impenitentes. Por nuevas orientaciones en el metal argentino. La Perla Maldita, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Imagen: tapa del disco “Sociedad Occidental” de Super Ratón (versión 1984).
.